jueves, 3 de noviembre de 2016

Comentario de texto: poema CXXXIV A don Francisco Giner de los Ríos de Antonio Machado




               CXXXIX
A don Francisco Giner de los Ríos


Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió? . . . Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
. . . Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama*.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas . . .
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España. 

                                          Baeza, 21 de febrero de 1915

1. Si Don Francisco soñaba con “un nuevo florecer de España”,el mismo deseo manifestó Antonio Machado. Puedes comentarlo a la luz de su poesía.

2. Temáticamente podemos hablar de dos partes. ¿Cuáles serían estos subtemas y qué versos abarcarían?




COMENTARIO DE TEXTO: CXXXIX (A don Francisco Giner de los Ríos)

El poema CXXXIX que encabeza la sección “Elogios” del libro Campos de Castilla es una hermosa y vibrante composición dedicada a don Francisco Giner de los Ríos, escrita tres días después de la muerte del que fuera su maestro y principal impulsor de la Institución Libre de Enseñanza.

El poema está fechado el 21 de febrero de 1915 en Baeza y es un homenaje a las ideas regeneracionistas y al ejemplo personal de vida comprometida con el avance educativo, moral y material de España, que asumió Giner de los Ríos.

El poema se escribe en unos años en los que Antonio Machado siente más de cerca la necesidad de denunciar las lacras que han atenazado la vida española, convirtiendo el país en un solar huero y decadente. Frente a personajes como Don Guido o “el joven lechuzo y tarambana” de El mañana efímero sobre los que Machado proyecta sus fobias por su hipocresía e inutilidad, se alza la figura luminosa del intelectual comprometido y profundamente humano que “soñaba un nuevo florecer de España” (V. 30).

En julio de 1913 en una carta a Unamuno, nuestro poeta denunciaba el ambiente que se respiraba en Baeza:
Aquí no se puede hacer nada. "Las gentes de esta tierra —lo digo con tristeza porque, al fin, son de mi familia- tienen el alma absolutamente impermeable (…) Esta Baeza, que llaman Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de segunda enseñanza, y apenas sabe leer un treinta por ciento de la población. No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta.”

Cómo no tener presente el ideario regeneracionista, la labor pedagógica y el trato cálido y personal del maestro, que acompañó los estudios de Machado entre los ocho y los catorce años. Machado recoge su voz, la lección esencial y espiritual del maestro en los versos siete a catorce. Los imperativos marcan el mensaje expositivo: “hacedme”, “sed”, “vivid”. “Labores”, “esperanza”, bondad -”sed buenos y no más”- , “alma”, generosidad -”lleva quien deja”- y “vida” son el ideario, el fruto. Machado lo resume entre admiraciones en el verso 14. El quiasmo señala la antítesis, mediante símbolos, entre dos concepciones vitales, entre dos tiempos, que ya el poeta había contrastado en otros poemas, recordándonos el deseo machadiano de ver nacer y triunfar “la España del cincel y de la maza”.

¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

El sentido elogio hacia don Francisco, que además de maestro del niño Machado era amigo de su padre y de su abuelo, se inicia con una identificación del maestro con la luz y con el trabajo. Merece la pena recrearse en los hermosos versos:

Como se fue el maestro
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja. (vv. 1-4)

Esta idea se acentúa más adelante metafóricamente:

Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa. (vv 15-18)

Nótese el contraste con otros poemas de su etapa de Soledades, donde se recuerdan sus primeras experiencias en el colegio sevillano. Por ejemplo, el número V, titulado Recuerdo infantil: monotonía de la lluvia, monotonía de la lección y monotonía del maestro; o el poema XLVIII, intitulado Las moscas, donde se tacha a la escuela de “aborrecida”.

El poeta se pregunta “¿Murió?”. Hay una pausa, una meditación indicada por los puntos suspensivos, que da paso a la voz del maestro, para luego en la segunda parte del poema, más descriptiva, contestarse con efusión “… ¡Oh, sí!” como si la natural alegría del maestro hubiera contagiado otra vez al discípulo; y entonces surge el recuerdo de esas excursiones tan queridas por la familia institucionalista a la Sierra de Guadarrama, donde sobre el terreno los alumnos aprendían el amor por la naturaleza y donde Machado pide que sea enterrado el maestro. Brota feliz el recuerdo del grupo: “amigos” y la visión del paisaje desde la montaña en todo su esplendor: “azules montes”, “ancho Guadarrama. Luego el poeta va enfocando el lugar preciso, lo hace con epítetos: “barrancos hondos”, “verdes pinos”, hasta llegar a un lugar concreto:

(…) donde el viento canta
(...)
bajo una encina casta
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…

El autor ha elegido la encina, a la que Machado ya había compuesto un largo poema, porque símboliza el campo todo y las cualidades del maestro, como el árbol protector para su descanso. Ha elegido también el tomillo como planta perfumada, y es muy llamativo el último elemento, las “mariposas doradas”, que aportan el valor del juego, de la belleza, de la magia. Poco después Machado volverá sobre este lepidóptero en un poema titulado “Mariposa de la sierra” a la que califica como “alma de estas sierras solitarias”, como alma de la Institución y de sus discípulos lo fue don Francisco. Y si las mariposas juegan sobre las flores, el maestro “soñaba un nuevo florecer de España”. Por eso en esta topografía Machado querría ver enterrado su cuerpo porque allí sobrevuela su espíritu y su lección esperanzada.

Todo el paisaje transmite una serena belleza y armonía. No hay ningún atisbo elegiaco que empañe el recuerdo. El tono emotivo es de reconocimiento y gozo hacia la figura y la obra del maestro.

Esta admiración festiva se corresponde con el ritmo dinámico del poema . De los treinta versos dieciocho son heptasílabos y doce endecasílabos. El predominio de los versos de arte menor transmite vivacidad, ligereza y energía, que se contrarresta un tanto con la presencia mayoritaria de endecasílabos sáficos, de ritmo lento y sosegado, entre los versos de arte mayor. Por otro lado la silva arromanzada, tan querida por Machado, vertebra su pensamiento con agilidad y naturalidad, lo que le permite una enunciación muy variada y expresiva en la entonación con partes dialogadas, enumeraciones, interrogaciones, exclamaciones, suspensión. La propia acción temporal fluctúa entre el pasado de los verbos que indican el final de la vida: “se fue”, “murió”, “partió” y el imperativo y el presente que pretenden acercar el mensaje del maestro y el paisaje evocado.

De todos los poemas de la sección “Elogios” creemos que este es el más bello, más lírico y más auténtico, porque el poema, en la emoción y en la expresión, en el contenido y en la retórica, en el ritmo y en la disposición, se ha construido sobre la presencia y la significación del maestro homenajeado, desde el cariño y la fidelidad a su persona y a sus principios. Antonio Machado dejó dicho: “Yo pienso que se fue hacia la luz. Jamás creeré en su muerte”. La escritura eterniza, los versos son también luz y espejo del viejo y sabio maestro.

                                                                                             Javier Martínez Valero





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