martes, 6 de enero de 2015

lunes, 5 de enero de 2015


El amor y la muerte en la vida de Machado


¿Fue Antonio Machado hombre triste, solitario, silencioso, meditabundo, tímido como a menudo se nos pinta? Tal vez esta imagen se haya impuesto sobre la realidad, porque Machado no desdeñaba la conversación ni la colaboración cuando se le pedía y sus cartas y artículos indican un amplio abanico de amistades y un deseo de animar, con su presencia o su voz, actos públicos y de testimoniar sus afectos y pensamientos.

Otro caso distinto fue su relación con las mujeres, menos presentes en el ámbito cultural y más reducidas en la vida de Machado, sobre todo si lo comparamos con su hermano, también poeta, Manuel Machado, que pasa por alegre, jovial y mujeriego.

Tres fueron las mujeres más significativas en su vida: su madre, Ana Ruiz; su mujer, Leonor Izquierdo; y su enigmática amiga, la Guiomar de sus versos.

Antonio Machado siempre tuvo el amor de su madre, a su lado también en los momentos más duros; pero durante muchos años, los años importantes de la juventud, Machado no pudo o más bien no supo conquistar el corazón de ninguna mujer. De esta falta de enamoramiento se lamentó el poeta:

                               Bajo ese almendro florido,
                               todo cargado de flor,
                               -recordé-, yo he maldecido
                               mi juventud sin amor.
                               Hoy, en mitad de la vida,
                               me he parado a meditar...
                               ¿Juventud nunca vivida,
                               quien te volviera a soñar?

Y fue en la pequeña ciudad de Soria donde al fin Machado encontró su primer amor, en la pensión donde fue a alojarse, diecinueve años más joven, allí estaba ella, Leonor Izquierdo Cuevas, quien en poco tiempo sería su mujer, su musa, su compañera de paseos, de amor y de vida.

                               Sentí tu mano en la mía,
                               tu mano de compañera,
                               tu voz de niña en mi oído
                               como una campana nueva,
                               como una campana virgen
                               de un alba de primavera.

Y en poco tiempo también, a los tres años de casados, la muerte de Leonor fue para el poeta un abismo de sufrimiento.

                               Silenciosa y sin mirarme,
                               la muerte otra vez pasó
                               delante de mí. ¿qué has hecho?
                               La muerte no respondió.
                               Mi niña quedó tranquila,
                               dolido mi corazón.

Hasta el punto que Machado pensó en el suicidio, según confiesa en carta a Juan Ramón Jiménez:

“Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me salvó, y no fue por vanidad, ¡bien lo sabe Dios!, sino porque pensaba que no tenía derecho a suprimirme si había en mí una fuerza útil.”

Un nuevo amor alcanzará el corazón del poeta cuando este tiene 53 años. Se trata de la Guiomar de sus versos, mujer con la que Machado tuvo una relación casi clandestina y más espiritual que carnal. Se veían en Segovia o Madrid, en parques y cafés y sin que nadie lo supiera. De hecho fue a partir de 1950, cuando se publicaron algunas cartas de Machado a Guiomar, cuando se pudo poner una personalidad a “la diosa” como la llamaba el poeta, que no era una imaginación poética, sino una señora de 39 años con nombre y apellido y además poetisa: Pilar Valderrama

                               En un jardín te he soñado,
                               alto, Guiomar, sobre el río,
                               jardín de un tiempo cerrado
                               con verjas de hierro frío.

La Guerra Civil vino bruscamente a poner fin al amor, la esperanza y la vida. En abril de 1936 Guiomar se marchó de Madrid y el poeta ya no volvió a tener más noticias. Machado habría de luchar por la República y perder la guerra, la vida y la tierra de su patria para ser enterrado. Con su último aliento, su último verso, como un refugio:

                              Estos días azules y este sol de la infancia.


Trabajo hecho con alumnos de 4º DIV. Noviembre de 2014

viernes, 2 de enero de 2015

Antonio Machado en Soria

Soria es una provincia afortunada en su relación con la literatura. Por estas tierras han nacido escritores de mérito como Dionisio Ridruejo, Juan Antonio Gaya Nuño, Avelino Hernández, Fermín Herrero Redondo, José Ángel González Sainz. Fortuna es contar entre sus moradores con escritores universales que ensalzaron la ciudad como Bécquer, Gerardo Diego o Antonio Machado. Al gran poeta del 98 queremos recordar.

 

  A los treinta y dos años Antonio Machado consigue, a través de unas oposiciones, la cátedra de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Soria. A primeros de mayo de 1907, el poeta llegaba en tren a la estación de San Francisco de Soria, una ciudad entonces de poco más de 7000 habitantes. Tal vez Antonio Machado pensara que venía a una ciudad aburrida y sin interés, acorde con su carácter tímido y solitario, y que aquel destino no iba a ser de expansión precisamente. Lo cierto es que Soria supone la transformación del hombre solitario al hombre enamorado y un hito extraordinariamente creativo en su producción literaria. 

Machado buscó hospedaje en una casa de la popular calle de El Collado, teniendo que trasladarse en diciembre a una nueva fonda regentada por Isabel Cuevas Acebes y Ceferino Izquierdo Caballero. El matrimonio tenía tres hijos; la hija mayor, de trece años, se llamaba Leonor.

Soria despertó enseguida la inspiración poética de Machado y en aquellos primeros días de mayo compuso el poema titulado Orillas del Duero. Las clases comenzaban a primeros de octubre y Machado impartía su magisterio a un grupo de siete y ocho alumnos respectivamente, y en sus horas libres paseaba por las riberas del Duero, lo que posteriormente reflejaría en algunos de sus mejores versos. Machado además participó en la vida cultural soriana colaborando en los tres periódicos de la capital y asistiendo a las tertulias del Circulo de la Amistad. 

Antonio Machado y Leonor
Machado quedó prendado de la joven Leonor, hija de la dueña de la pensión, y el sentimiento fue recíproco; de modo que pronto se acordó la boda para el 30 de julio de 1909 en la iglesia de Santa María la Mayor. Ofició la misa el padre Isidoro Martínez González. 

 Aquella boda llamaría la atención del pueblo soriano por la diferencia de edad, diecinueve años. La pareja sufriría algunas burlas y comentarios maliciosos, pero esa misma noche los novios partieron de luna de miel con destino a Barcelona, aunque los incidentes de la Semana Trágica desviaron el rumbo a Fuenterrabía. Hemos de suponer, sin embargo, que la pareja pensaría que su mejor viaje sería el que realizarían a París el 1 de enero de 1911. 

Machado había solicitado una beca para ampliar sus estudios de francés que le fue concedida. Iban a estar un año, sin duda un año feliz: estudios, paseos, teatros, cafés, museos..., pero el 14 de julio vino la tragedia: Leonor tiene un vómito de sangre, es hospitalizada y la angustia invade sus vidas. Días de zozobra

El 15 de septiembre de 1911 los Machado están en Soria. Trasladan su domicilio a la parte alta de la cuidad, "El Mirón", buscando el aire puro. 

En aquella primavera de 1912 se pública Campos de Castilla, un motivo de alegría. Desgraciadamente el 1 de agosto de 1912, Leonor, con solo dieciocho años, muere. El mismo cura que ofició la boda asistía en el entierro tres años después. Machado, desolado, imposible ya su estancia en Soria, abandona la ciudad el 8 de agosto. Solo regresará una vez, en el homenaje que el Ayuntamiento le tributa nombrándole hijo predilecto de la ciudad el 5 de agosto de 1932.

La ciudad de Soria y su paisaje quedarán para siempre entre los poemas más hermosos de la literatura española.

Trabajo hecho con alumnos de 4º DIV. Noviembre de 2014