El
amor y la muerte en la vida de Machado
¿Fue
Antonio Machado hombre triste, solitario, silencioso, meditabundo,
tímido como a menudo se nos pinta? Tal vez esta imagen se haya
impuesto sobre la realidad, porque Machado no desdeñaba la
conversación ni la colaboración cuando se le pedía y sus cartas y
artículos indican un amplio abanico de amistades y un deseo de
animar, con su presencia o su voz, actos públicos y de testimoniar
sus afectos y pensamientos.
Otro
caso distinto fue su relación con las mujeres, menos presentes en el ámbito cultural y más reducidas en la vida de
Machado, sobre todo si lo comparamos con su hermano, también poeta,
Manuel Machado, que pasa por alegre, jovial y mujeriego.
Tres
fueron las mujeres más significativas en su vida: su madre, Ana
Ruiz; su mujer, Leonor Izquierdo; y su enigmática amiga, la Guiomar
de sus versos.
Antonio
Machado siempre tuvo el amor de su madre, a su lado también en los
momentos más duros; pero durante muchos años, los años
importantes de la juventud, Machado no pudo o más bien no supo
conquistar el corazón de ninguna mujer. De esta falta de
enamoramiento se lamentó el poeta:
Bajo
ese almendro florido,
todo
cargado de flor,
-recordé-,
yo he maldecido
mi
juventud sin amor.
Hoy,
en mitad de la vida,
me
he parado a meditar...
¿Juventud
nunca vivida,
quien
te volviera a soñar?
Y
fue en la pequeña ciudad de Soria donde al fin Machado encontró su
primer amor, en la pensión donde fue a alojarse, diecinueve años
más joven, allí estaba ella, Leonor Izquierdo Cuevas, quien en
poco tiempo sería su mujer, su musa, su compañera de paseos, de
amor y de vida.
Sentí
tu mano en la mía,
tu
mano de compañera,
tu
voz de niña en mi oído
como
una campana nueva,
como
una campana virgen
de un alba de primavera.
Y
en poco tiempo también, a los tres años de casados, la muerte de
Leonor fue para el poeta un abismo de sufrimiento.
Silenciosa
y sin mirarme,
la
muerte otra vez pasó
delante
de mí. ¿qué has hecho?
La
muerte no respondió.
Mi
niña quedó tranquila,
dolido
mi corazón.
Hasta
el punto que Machado pensó en el suicidio, según confiesa en carta
a Juan Ramón Jiménez:
“Cuando
perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me
salvó, y no fue por vanidad, ¡bien lo sabe Dios!, sino porque
pensaba que no tenía derecho a suprimirme si había en mí una
fuerza útil.”
Un
nuevo amor alcanzará el corazón del poeta cuando este tiene 53
años. Se trata de la Guiomar de sus versos, mujer con la que
Machado tuvo una relación casi clandestina y más espiritual que
carnal. Se veían en Segovia o Madrid, en parques y cafés y sin que
nadie lo supiera. De hecho fue a partir de 1950, cuando se
publicaron algunas cartas de Machado a Guiomar, cuando se pudo poner
una personalidad a “la diosa” como la llamaba el poeta, que no
era una imaginación poética, sino una señora de 39 años con
nombre y apellido y además poetisa: Pilar Valderrama.
En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
La
Guerra Civil vino bruscamente a poner fin al amor, la esperanza y la
vida. En abril de 1936 Guiomar se marchó de Madrid y el poeta ya no
volvió a tener más noticias. Machado habría de luchar por la
República y perder la guerra, la vida y la tierra de su patria
para ser enterrado. Con su último aliento, su último verso, como
un refugio:
Estos días azules y este sol de la infancia.
Trabajo hecho con alumnos de 4º DIV. Noviembre de 2014
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