lunes, 5 de enero de 2015


El amor y la muerte en la vida de Machado


¿Fue Antonio Machado hombre triste, solitario, silencioso, meditabundo, tímido como a menudo se nos pinta? Tal vez esta imagen se haya impuesto sobre la realidad, porque Machado no desdeñaba la conversación ni la colaboración cuando se le pedía y sus cartas y artículos indican un amplio abanico de amistades y un deseo de animar, con su presencia o su voz, actos públicos y de testimoniar sus afectos y pensamientos.

Otro caso distinto fue su relación con las mujeres, menos presentes en el ámbito cultural y más reducidas en la vida de Machado, sobre todo si lo comparamos con su hermano, también poeta, Manuel Machado, que pasa por alegre, jovial y mujeriego.

Tres fueron las mujeres más significativas en su vida: su madre, Ana Ruiz; su mujer, Leonor Izquierdo; y su enigmática amiga, la Guiomar de sus versos.

Antonio Machado siempre tuvo el amor de su madre, a su lado también en los momentos más duros; pero durante muchos años, los años importantes de la juventud, Machado no pudo o más bien no supo conquistar el corazón de ninguna mujer. De esta falta de enamoramiento se lamentó el poeta:

                               Bajo ese almendro florido,
                               todo cargado de flor,
                               -recordé-, yo he maldecido
                               mi juventud sin amor.
                               Hoy, en mitad de la vida,
                               me he parado a meditar...
                               ¿Juventud nunca vivida,
                               quien te volviera a soñar?

Y fue en la pequeña ciudad de Soria donde al fin Machado encontró su primer amor, en la pensión donde fue a alojarse, diecinueve años más joven, allí estaba ella, Leonor Izquierdo Cuevas, quien en poco tiempo sería su mujer, su musa, su compañera de paseos, de amor y de vida.

                               Sentí tu mano en la mía,
                               tu mano de compañera,
                               tu voz de niña en mi oído
                               como una campana nueva,
                               como una campana virgen
                               de un alba de primavera.

Y en poco tiempo también, a los tres años de casados, la muerte de Leonor fue para el poeta un abismo de sufrimiento.

                               Silenciosa y sin mirarme,
                               la muerte otra vez pasó
                               delante de mí. ¿qué has hecho?
                               La muerte no respondió.
                               Mi niña quedó tranquila,
                               dolido mi corazón.

Hasta el punto que Machado pensó en el suicidio, según confiesa en carta a Juan Ramón Jiménez:

“Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me salvó, y no fue por vanidad, ¡bien lo sabe Dios!, sino porque pensaba que no tenía derecho a suprimirme si había en mí una fuerza útil.”

Un nuevo amor alcanzará el corazón del poeta cuando este tiene 53 años. Se trata de la Guiomar de sus versos, mujer con la que Machado tuvo una relación casi clandestina y más espiritual que carnal. Se veían en Segovia o Madrid, en parques y cafés y sin que nadie lo supiera. De hecho fue a partir de 1950, cuando se publicaron algunas cartas de Machado a Guiomar, cuando se pudo poner una personalidad a “la diosa” como la llamaba el poeta, que no era una imaginación poética, sino una señora de 39 años con nombre y apellido y además poetisa: Pilar Valderrama

                               En un jardín te he soñado,
                               alto, Guiomar, sobre el río,
                               jardín de un tiempo cerrado
                               con verjas de hierro frío.

La Guerra Civil vino bruscamente a poner fin al amor, la esperanza y la vida. En abril de 1936 Guiomar se marchó de Madrid y el poeta ya no volvió a tener más noticias. Machado habría de luchar por la República y perder la guerra, la vida y la tierra de su patria para ser enterrado. Con su último aliento, su último verso, como un refugio:

                              Estos días azules y este sol de la infancia.


Trabajo hecho con alumnos de 4º DIV. Noviembre de 2014

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